vendredi 5 juin 2009

Votre version de la semaine, Arreola

En photo : Bestiario en el portal ocho par Lanpernas 2.0

EL RINOCERONTE
El gran rinoceronte se detiene. Alza la cabeza. Recula un poco. Gira en redondo y dispara su pieza de artillería. Embiste como ariete, con un solo cuerno de toro blindado, embravecido y cegato, en arranque total de filósofo positivista. Nunca da en el blanco, pero queda siempre satisfecho de su fuerza. Abre luego sus válvulas de escape y bufa a todo vapor.
(Cargados con armadura excesiva, los rinocerontes en celo se entregan en el claro del bosque a un torneo desprovisto de gracia y destreza, en el que sólo cuenta la calidad medieval del encontronazo.)
Ya en cautiverio, el rinoceronte es una bestia melancólica y oxidada. Su cuerpo de muchas piezas ha sido armado en los derrumbaderos de la prehistoria, con láminas de cuero troqueladas bajo la presión de los niveles geológicos. Pero en un momento especial de la mañana, el rinoceronte nos sorprende: de sus ijares enjutos y resecos, como agua que sale de la hendidura rocosa, brota el gran órgano de vida torrencial y potente, repitiendo en la punta los motivos cornudos de la cabeza animal, con variaciones de orquídea, de azagaya y alabarda.
Hagamos entonces homenaje a la bestia endurecida y abstrusa, porque ha dado lugar a una leyenda hermosa. Aunque parezca imposible, este atleta rudimentario es el padre espiritual de la criatura poética que desarrolla en los tapices de la Dama, el tema del Unicornio caballeroso y galante.
Vencido por una virgen prudente, el rinoceronte carnal se transfigura, abandona su empuje y se agacela, se acierva y se arrodilla. Y el cuerno obtuso de agresión masculina se vuelve ante la doncella una esbelta endecha de marfil.

EL SAPO
Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón.
Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se ha operado en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras lluvias.
Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición de canje, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo.

EL BISONTE
Tiempo acumulado. Un montículo de polvo impalpable y milenario; un reloj de arena, una morrena viviente: esto es el bisonte en nuestros días.
Antes de ponerse en fuga y dejarnos el campo, los animales embistieron por última vez, desplegando la manada de bisontes como un ariete horizontal. Pues evolucionaron en masas compactas, parecían modificaciones de la corteza terrestre con ese aire individual de pequeñas montañas; o una tempestad al ras del suelo por su aspecto de nubarrones.
Sin dejarse arrebatar por esa ola de cuernos, de pezuñas y de belfos, el hombre emboscado arrojó flecha tras flecha y cayeron uno por uno los bisontes. Un día se vieron pocos y se refugiaron en el último redil cuaternario.
Con ellos se firmó el pacto de paz que fundó nuestro imperio. Los recios toros vencidos nos entregaron el orden de los bovinos con todas sus reservas de carne y leche. Y nosotros les pusimos el yugo además.
De esta victoria a todos nos ha quedado un galardón: el último residuo de nuestra fuerza corporal, es lo que tenemos de bisonte asimilado.
Por eso, en señal de respetuoso homenaje, el primitivo que somos todos hizo con la imagen del bisonte su mejor dibujo de Altamira.

AVES DE RAPIÑA
¿Derruida sala de armas o profanada celda monástica? ¿Qué pasa con los dueños del libre albedrío?
Para ellos, la altura soberbia y la suntuosa lejanía han tomado bruscamente las dimensiones de un modesto gallinero, una jaula de alambres que les veda la pura contemplación del cielo con su techo de láminas.
Todos, halcones, águilas o buitres, repasan como frailes silenciosos su libro de horas aburridas, mientras la rutina de cada día miserable les puebla el escenario de deyecciones y de vísceras blandas: triste manjar para sus picos desgarradores.
Se acabaron para siempre la libertad entre la nube y el peñasco, los amplios círculos del vuelo y la caza de altanería. Plumas remeras y caudales se desarrollan en balde; los garfios crecen, se afilan y se encorvan sin desgaste en la prisión, como los pensamientos rencorosos de un grande disminuido.
Pero todos, halcones, águilas o buitres, disputan sin cesar en la jaula por el prestigio de su común estirpe carnicera. (Hay águilas tuertas y gavilanes desplumados.)
Entre todos los blasones impera el blanco purísimo del Zopilote Rey, que abre sobre la carroña sus alas como cuarteles de armiño en campo de azur, y que ostenta una cabeza de oro cincelado, guarnecida de piedras preciosas.
Fieles al espíritu de la aristocracia dogmática, los rapaces observan hasta la última degradación su protocolo de corral. En el escalafón de las perchas nocturnas, cada quien ocupa su sitio por rigurosa jerarquía. Y los grandes de arriba, ofenden sucesivamente el timbre de los de abajo.

***

Brigitte nous propose sa traduction :

LES OISEAUX DE PROIE

Salle d’armes détruite ou cellule monastique profanée ? Qu’arrive-t-il aux seigneurs du libre arbitre ?
Pour eux, l’altitude superbe et la somptueuse distance se sont brusquement réduites aux dimensions d’un modeste poulailler, d’une cage en fer qui leur interdit, par son toit de planches, la simple contemplation du ciel.
Tous, faucons, aigles et vautours, tels des moines silencieux, feuillètent leur livre d’heures ennuyeuses, tandis que la misérable routine quotidienne peuple le décor de leurs déjections et de molles viscères, piètre pitance pour leurs becs dépeceurs.
C’en est fini pour toujours de leur liberté entre ciel et roche, des larges cercles de leur vol et de la chasse en altitude. Rémiges et plumes caudales se développent pour rien ; leurs serres poussent, s’effilent et se recourbent sans s’user dans leur geôle, comme les pensées pleines de rancœur d’un noble déchu.
Mais tous, faucons, aigles et vautours, se disputent sans cesse dans leur cage le prestige de leur commune lignée carnassière (Il y a des aigles borgnes et des éperviers déplumés).
Parmi tous ces blasons, le blanc immaculé du vautour pape prédomine ; celui-ci déploie ses ailes sur la charogne, tels des quartiers d’hermine sur champ d’azur, et arbore une tête d’or ciselé de pierres précieuses.
Fidèles à l’esprit de l’aristocratie dogmatique, les rapaces observent jusqu’à l’ultime dégradation leur protocole de basse-cour. Sur l’échelle de leurs perchoirs nocturnes chacun d’eux occupe la place qui lui revient dans le respect absolu d’une hiérarchie rigoureuse. Et les grands du dessus offensent successivement le cimier de ceux d’en-dessous.

EL AVESTRUZ
A grito pelado, como un tubo de órgano profano, el cuello del avestruz proclama a los cuatro vientos la desnudez radical de la carne ataviada. (Carente de espíritu a más no poder, emprende luego con todo su cuerpo una serie de variaciones procaces sobre el tema del pudor y la desvergüenza.)
Más que pollo, polluelo gigantesco entre pañales. El mejor ejemplo sin duda para la falda más corta y el escote más bajo. Aunque siempre está a medio vestir, el avestruz prodiga sus harapos a toda gala superflua, y ha pasado de moda sólo en apariencia. Si sus plumas "ya no se llevan", las damas elegantes visten de buena gana su inopia con virtudes y perifollos de avestruz: el ave que se engalana pero que siempre deja la íntima fealdad al descubierto. Llegado el caso, si no esconden la cabeza, cierran por lo menos los ojos "a lo que venga". Con sin igual desparpajo lucen su liviandad de criterio y engullen cuanto se les ofrece a la vista, entregando el consumo al azar de una buena conciencia digestiva.
Destartalado, sensual y arrogante, el avestruz representa el mejor fracaso del garbo, moviéndose siempre con descaro, en una apetitosa danza macabra. No puede extrañarnos entonces que los expertos jueces del Santo Oficio idearan el pasatiempo o vejamen de emplumar mujeres indecentes para sacarlas desnudas a la plaza.

Juan José Arreola, Bestiario, 1972

***

La traduction « officielle », Bestiaire, réalisée par Claude Couffon, Éditions Patiño, Genève, 1995

Le rhinocéros

Le grand rhinocéros s'arrête. Il redresse la tête. Recule un peu. Il tourne en rond et fait donner sa pièce d'artillerie, il charge comme un bélier des armées antiques, avec son unique corne de taureau blindé, furieux et aveuglé, dans un élan sans frein de philosophe positiviste. Il manque toujours son but mais ne cesse jamais d'être satisfait de sa force. Il ouvre ensuite ses soupapes de sûreté et souffle à toute vapeur. (Chargés d'une armure trop lourde, les rhinocéros en rut se livrent dans les clairières à un tournoi dépourvu de grâce et d'adresse, où ne compte que la qualité médiévale du choc).

Captif, le rhinocéros n'est plus qu'une bête mélancolique et rouillée. Son corps aux pièces multiples a été assemblé dans les gouffres de la préhistoire, avec des morceaux de cuir repoussé, travaillé sous la pression des niveaux géologiques. Pourtant, à un moment particulier de la matinée, le rhinocéros nous stupéfie : de ses flancs secs et racornis, semblable à l'eau jaillissante de la crevasse d'un roc, son grand organe procréateur surgit, torrentiel et puissant, dardant sa pointe qui répète le motif cornu de sa tête, avec des variantes d'orchidées, de sagaie et de hallebarde.

Rendons hommage à cet animal coriace et obscur pour avoir donné le jour à une légende merveilleuse. Car, aussi incroyable que cela paraisse, cet athlète rudimentaire est le père spirituel d'une créature poétique : la Licorne galante et chevaleresque que l'on voit près de Diane sur les célèbres tapisseries de Cluny.

Vaincu par une vierge prudente et sage, le charnel rhinocéros se transfigure, il renonce à sa fougue barbare pour devenir gazelle ou biche et s'agenouiller. Et sa corne obtuse, chargée d'agression masculine, se métamorphose devant la jeune fille en une élégante complainte d'ivoire.

Le crapaud

Il saute de temps en temps, seulement pour s'assurer de son statisme originel. Son saut a quelque chose du battement cardiaque : si on l'observe bien, le crapaud est un véritable cœur.

Prisonnier d'un bloc de boue froide, le crapaud s'enfonce et s'isole dans l'hiver comme une pauvre et triste chrysalide. Il se réveille au printemps, conscient qu'il n'a été l'objet d'aucune métamorphose. Il est plus crapaud que jamais, en son propre dessèchement. Il attend en silence les premières pluies.

Et un beau jour, il surgit de la terre molle, lourd d'humidité, gorgé de sève rancunière, comme un cœur gisant à terre. Il y a dans son attitude de sphinx une secrète proportion d'échange et la laideur du crapaud nous apparaît avec une accablante propriété de miroir.

Le bison

Du temps accumulé. Un monticule de poussière impalpable et millénaire; un sablier, une moraine vivante : tel est le bison d'aujourd'hui.

Avant de se mettre à fuir et de nous laisser le champ libre, les animaux attaquèrent une dernière fois, en lançant la horde des bisons comme un bélier horizontal. Et comme ils se déplaçaient en foule compacte, ils ressemblaient à des mutations de l'écorce terrestre car ils avaient chacun l'air d'une petite montagne; ou d'une tempête au ras du sol, à cause de leur aspect de gros nuages noirs.

Ne se laissant pas emporter par ce déferlement de cornes, de sabots et de lippes, l'homme aux aguets décocha flèche sur flèche et un à un les bisons succombèrent. Jusqu'au jour où, se voyant en petit nombre, ils allèrent chercher refuge dans le dernier bercail quaternaire.
C'est avec les bisons que nous avons signé le traité de paix d'où est né notre empire. Vaincus, ces robustes taureaux nous ont légué l'ordre des bovins avec toutes ses réserves de viande et de lait. Et comme si cela ne suffisait pas, nous leur avons imposé le joug de l'attelage.

Dans cette victoire il nous est resté à tous une récompense : ce résidu ultime de notre force corporelle, que nous tenons du bison assimilé.

Voilà pourquoi, en signe de respectueux hommage, les primitifs que nous sommes ont fait du bison le plus beau dessin de la grotte d'Altamira.

Oiseaux de proie

Salle d'armes en ruine ou cellule de moine profanée ? Qu'arrive-t-il aux maîtres du libre arbitre ?
Pour eux, la hauteur souveraine et les majestueux lointains ont pris soudain les dimensions d'un modeste poulailler, d'une volière grillagée dont le toit de tôles leur interdit la pure contemplation du ciel.

Tous faucons, aigles ou vautours feuillettent, tels des moines silencieux, leur livre d'heures chargées d'ennui, tandis que la misérable routine quotidienne peuple leur décor de déjections et de viscères flasques : triste pitance pour leurs becs déchiqueteurs.

Disparus à tout jamais la liberté entre nuages et rocs, les larges cercles que les ailes décrivent dans l'espace et la chasse de haut vol. Les plumes rémiges et caudales se déploient en vain; en prison, les serres poussent, s'aiguisent et se recourbent sans s'émousser, comme les pensées amères d'un grand seigneur tombé en disgrâce.

Mais tous, faucons, aigles ou vautours, se battent sans répit dans la cage pour le prestige de leur souche commune d'oiseaux carnassiers. (Il y a des aigles borgnes et des éperviers déplumés).

Parmi tous ces blancs domine le blanc immaculé de l'Urubu Roi, qui ouvre au-dessus de la charogne ses ailes comme des quartiers d'hermine sur champ d'azur et qui exhibe une tête d'or ciselé, sertie de pierres précieuses.

Fidèles à l'esprit de l'aristocratie dogmatique, les rapaces respectent leur protocole de cage jusque dans son ultime dégradation. Chacun, sur son perchoir nocturne, occupe sa place selon une rigoureuse hiérarchie. Et les grands d'en haut répondent en une persiflante cascade aux cris de ceux d'en bas.

L'autruche

A grand éclat, tel un tuyau d'orgue profane, le cou de l'autruche proclame à tous les vents la nudité radicale de la chair accoutrée. (Manquant on ne peut plus d'esprit, l'autruche se livre ensuite avec son corps entier à une suite d'insolentes variations sur le thème de la pudeur et du dévergondage).

Plus qu'un poulet c'est un poussin géant dans ses langes. Sans doute le meilleur prototype pour la jupe la plus courte et le décolleté le plus profond. Bien que toujours à demi nue, l'autruche prodigue ses hardes à tout étalage inutile et n'est qu'en apparence démodée. Si ses plumes « ne se portent plus », on voit les élégantes vêtir avec plaisir leur indigence des qualités et fanfreluches de l'autruche : l'oiseau qui se couvre d'atours mais laisse toujours sa laideur intime à découvert. Une occasion se présente-t-elle, elles ne se voilent pas la face mais ferment du moins les yeux devant « ce qui arrivera ». Avec un aplomb sans égal, elles exhibent leur peu de cervelle et avalent tout ce qui s'offre à leur regard, abandonnant l'assimilation au hasard d'une bonne conscience digestive.

Disproportionnée, sensuelle et arrogante, l'autruche incarne l'échec suprême de la grâce, en s'adonnant avec impudence à son aguichante danse macabre. On ne peut donc s'étonner que les juges du Saint Office, experts en la matière, aient imaginé comme passe-temps ou vexation d'emplumer les femmes indécentes pour les exposer nues en place publique.

1 commentaire:

BRIGITTE a dit…

Dommage que la "traduction officielle" ait été publiée si vite ...j'avais presque traduit le reste du texte...Tant pis !